A continuación ofrecemos un extracto del libro «La dignidad del otro», del amigo Dr. Paco Maglio.
La educación médica triunfalista que ve la muerte como un fracaso de la profesión encuentra en el desarrollo tecnológico una buena excusa de ocultamiento en el llamado encarnizamiento terapéutico o distanasia. (Aprá, 1992). En palabras de la ministra de Salud de Dinamarca: “algo debe andar mal cuando gastamos el 50% del presupuesto de salud en los últimos 90 días de la vida humana para postergar durante algunas semanas una muerte inevitable” (Barondess, 1983). No estamos en contra de la tecnología, que por cierto ha salvado y salvará con éxito muchas vidas, sino en contra de su endiosamiento al ocupar el lugar del acercamiento humano, de ese encuentro singular e irrepetible con el paciente que se está muriendo. Estamos en contra de la aparatología que nos aleja de él en el momento más trascendentalmente reflexivo de la vida.
Esta reflexión permitirá mensurar lo vivido y descifrar su significación escatológica o, lo que es lo mismo, desentrañar su destino. La tecnología tanatocrática, al oponerse a esta situación, medicaliza (Conrad, 1985) la muerte, se la roba al moribundo. Por eso decía Rilke: “Yo quiero morir de mi propia muerte, no de la muerte de los médicos” (Thomas, 1993).
La tecnología racionalmente empleada es la que posibilita la continuación de la vida en cantidad y calidad; su empleo irracional la convierte en tanatocracia, imposibilitando una muerte digna, entendiendo como tal aquella sin dolor, con lucidez para esa experiencia reflexiva y con capacidad para recibir y transmitir afectos. En ese instante crucial vamos a llamar a “esa persona” para decirle lo que nunca nos animamos a decirle en vida: “te quiero” u, otras veces, “perdóname”. En una ocasión un paciente en terapia intensiva me dijo: “Doctor, yo sé que me voy a morir. Solamente le pido dos cosas, no quiero sufrir pero por favor no me dope y además quiero que me avise cuando falte poco”. Cumplí con sus deseos y en el momento casi final me dio un número de teléfono para avisarle de su situación a una determinada persona. Ésta acudió al llamado y pude ver a través de los vidrios del office que, previo a un instante de desconcierto, los dos se fundieron en un abrazo y lloraron largo rato. Al irse el visitante el paciente me explicó: “Doctor, ese hombre que se fue es mi hermano. Hace veinte años lo eché de mi casa y al tiempo supe que yo no tenía razón, pero en todo este tiempo me faltó la valentía para pedirle perdón. Ahora que sé que me voy a morir me atreví a pedírselo. Gracias por dejarme morir en paz”.
Cuando así ocurre ese momento final suele no ser doloroso sino, en cambio calmo. Instantes antes de morir Beethoven dijo: “Ahora, recién ahora, sé quién es Ludwig van Beethoven”. Días antes de su fin terrenal, Borges dijo: “Falta poco para saber quién soy”.
Cuando posibilitamos una muerte digna estamos honrando la vida, pues como decía Petrarca: norte digna onora vita (en Grandes Biografías, México, Asuri, 1976). Como ejemplo elocuente de esta situación transcribo el “testamento vital” de una paciente:
Si llegara el momento en que yo… la que suscribe, no pudiera tomar parte en las decisiones que conciernen a mi salud, pido y exijo que las siguientes directivas sean respetadas como clara y fiel expresión de mi voluntad, manifestada libremente. La muerte es algo tan natural como el nacimiento. Es lo único seguro de la vida. No le temo a la muerte en sí misma, pero sí temo a las miserias de la enfermedad, de la decrepitud, del dolor sin esperanza. Temo también abusar involuntariamente del amor, de la paciencia y la abnegación de mis familiares y amigos, del cuerpo médico y enfermeras. No quiero causar gastos innecesarios a mi familia, la sociedad o el país. Por esto, si se presentara una situación en que no subsista esperanza de curar mi enfermedad, pido: no utilizar o interrumpir (si se hubieran utilizado) métodos, aparatos, medicamentos o medidas que tengan por objeto prolongar sin razón e inútilmente mi vida o mantenerme viva por medios artificiales. Sí pido que se me suministren los cuidados para aliviar mis sufrimientos, incluso si comportasen el riesgo de acortar mi vida. Estas directivas expresan mi derecho legal a rechazar tratamientos que afecten mi dignidad personal.
Este texto lo dice todo. Suspender las medidas de sostén vital en pacientes terminales no es eutanasia, ni siquiera es dejar morir, es permitir morir. (Gherardi, 2007).
Extraído del libro «La dignidad del otro. Puentes entre la biología y la biografía». Maglio, Francisco. Buenos Aires. Libros del Zorzal, 2008.
El doctor Francisco Maglio es Doctor en Medicina, diplomado en Salud Pública y especialista en Enfermedades Infecciosas por la Universidad de Buenos Aires, donde ejerció la docencia desde 1962 hasta 1989. Fue Jefe de Terapia Intensiva del Hospital «F.J. Muñiz», Profesor Titular de la Maestría de Etica en Investigación de la Universidad Abierta Interamericana y Presidente de la Sociedad Argentina de Medicina Antropológica. Es autor y coautor de numerosos libros y trabajos científicos. Ha recibido, también, numerosos premios a nivel nacional.
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